lunes, 17 de agosto de 2009

De Pinzas...


Una mañana de domingo, mientras recorría galerías de arte se topo con un cuadro. Al mirarlo en la distancia le parece algo conocido. Al acercarse, confirma que la textura con que el artista logra ese efecto eran solo pinzas. Para ser exacto eran mitades de pinzas de ropa de madera. 

Lo que llamó su atención eran lo impecable de sus ángulos rectos, perfectamente lisos y pintados de color fucsia y rojo.

En ese instante retrocedió el tiempo y retorna hasta su casa, pero no cualquiera, sino la de su infancia. Allí las pinzas con esa características de rectitud y perfección como las que tenia enfrente eran pocas, por no decir nulas o inexistentes, los recuerdos invaden su mente:

“La imagen de ese hombre dulce, tímido y silencioso que se levantaba después de comer, callado y disimulado, para dirigirse hacia la cocina a buscar un tesoro: la bolsa de pinzas de madera que usaba su mujer para tender la ropa. Allí, frente a ella desembolsaba la navaja y ¡Zás!, le quitaba la arista a la pinza para hacerse un palillo mondadientes. Luego, su imagen con rostro de niño feliz por haber obtenido esa astilla: le había troceado por enésima vez otra de sus custodiadas pinzas. Para ella no era posible entender, que teniendo palillos en casa disfrutara tanto al trocear sus pinzas”.

Recordaba lo delgadas y redondeadas que en ocasiones llegaban a ser. Continuó mirando el cuadro y siguió su recorrido por la galería, pero ahora poseía una sonrisa que se asemejaba a la felicidad de él, al salir de la cocina.