Al subir al coche ya había aire de nostalgia, le embargaban las ganas de visitar la tierra de sus progenitores. Cómo describir tantas emociones entrelazadas acompañando al camino: sólo en su imaginación podía ver la sonrisa en los rostros de quienes la esperaban y acto seguido, se reflejaba sobre ella su imaginación.
A medida que se reducen los kilómetros el paisaje enfatiza un verde celestial: sus ojos agradecidos convierten en sublime al recorrido. Su corazón sólo puede albergar espacio para las emociones al momento de llegar.
Una casa sencilla, rudimentaria, de paredes y techos de piedra le otorgan un apariencia fría y gris. A simple vista nadie imagina la paz, cariño, templanza, alegría y seguridad que hace que siempre quiera volver. Podrá tener miles de lugares a donde ir, pero al conocerla, ella siempre tendrá tiempo en su vida para volver. Existe allí el reflejo de la persona perdida, y se hace presente atribuyendo cualidades que la convierten en algo más que paredes y techo.
Apenas llega el sentimiento inunda su corazón y fluye derramando emociones. Le embarga la alegría y tristeza al poder abrazar y compartir nuevamente con esa persona que tanto extraña, no es él, le recuerda su cerebro, pero se parece tanto que casi no hay diferencia para el corazón, que tanto le extraña.
Ya en el interior de las casa, siente que regresa a su pasado. Los ocupantes reflejan las vivencias de su infancia y adolescencia: esa es la energía que vino a buscar. Se da cuenta y entiende que su necesidad de regresar no se debe al lugar, sino a sus ocupantes.